Marta Dios Cortada. 4t ESO C
Nos apoderamos de tópicos, de gestos. Multitud de sonrisas forzadas.
Y entonces nos damos cuenta que cada mirada, cada palabra, queda vacía de significado, que no nos dicen nada; hay mil fronteras aún por descubrir. Todo gira, y a su vez, vuelve a girar hasta el punto de la soledad. Que nos encontramos amurallados en la multitud de la gente, pero nos vamos sintiendo, a cada paso, más solos.
Envueltos en esa coraza que nos aísla de la realidad, del mundo actual. De que hay mil sentimientos que no están al alcance de dominarlos, y que no somos el rey de la situación.
Y cuesta reconocer que somos débiles. Quizás a diferentes grados, pero con la misma simplicidad. Nos esforzamos en aparentarnos fuertes, a escondernos al llorar, pero a sí mismo, escondemos esas preciadas sonrisas. Únicas.
No nos damos cuenta de que vamos a contracorriente del tiempo. Que todo es eterno mientras dura, pero la felicidad se pierde por momentos si no luchamos por retenerla.
Y ya no voy a sentirme mal si algo no me sale bien. No voy a perder la ilusión por conquistar la lejanía, por vivir cada segundo. Donde uno y uno ya no son dos.
Ahí queda todo. Tras el susurro de una caracola en la soledad del viento. Pequeñas grandes promesas al aire.
Y, ¿hay motivo por el que sentirse menospreciado? ¿Para no sentirse valorado? Que más dará lo que digan, si eres fuerte o sensible. Ahora vuelvo a mirar el mundo a mi favor. Vuelvo a brillar.
Porque damos importancia a qué pensarán los demás, y dejamos abstractos los pequeños detalles que marcan el día a día. La fuerza de seguir.